Sí, puede que asuste un poco acudir a consulta. Es algo parecido a desnudarse delante de alguien por primera vez, realmente no sabes que va a pasar. Pero conoces a alguien que lo ha hecho y ha quedado encantado, desnudándose delante de otro y yendo al psicólogo.
Por eso funciona tan bien el boca a boca cuando alguien ha acudido a un terapeuta y le ha ayudado,necesitamos de alguien que lo haya probado primero.
Ante lo desconocido necesitamos la experiencia aprobatoria de los demás.Pero primero hay que saber muy bien delante de quién nos desnudamos…
¿Quién es el psicólogo?
Pues somos personas normales y corrientes que amamos, sentimos, bailamos, bebemos y tenemos sexo igual que todos. Hay psicólogos apáticos, arrogantes, faltos de ética y consumidores de sustancias de dudosa procedencia como en todas las profesiones, pero también los hay excepcionales y con un carisma especial.
El buen profesional cuenta con una brújula y un mapa que sabe utilizar para guiar el camino.
Tenemos asignada una labor excepcional pero a la vez difícil de llevar a cabo, como es decir lo que nadie quiere escuchar. Estamos preparados para ver lo que otros difícilmente ven, y eso puede asustar, aunque también somos capaces de ver lo bueno que se tiene y quizá no se sepa. Y es que aunque no seamos adivinos ni tengamos una varita mágica con la que arreglar problemas, sí tenemos una caja de herramientas y el manual de instrucciones para reparar casi cualquier cosa.
No somos chamanes, predicadores ni proyectores astrales, ni tenemos simplemente un curso con el que asesorar o motivar. Somos licenciados en Psicología, algunos además con un buen postgrado, y estamos muy bien preparados para escuchar activamente, comprender y ver más allá de las palabras, distinguir y diferenciar entre síntomas, y diagnosticar y encontrar soluciones reales que consigan devolver la estabilidad emocional que se necesita para vivir bien.
Así que evidentemente no, no estamos locos por ir al psicólogo. Es cierto que los terapeutas estamos preparados para tratar a personas con problemas de salud mental graves, incluyendo pacientes con trastornos complicados que pueden presentar delirios, alucinaciones u otros síntomas delicados. Pero más allá de eso, el psicólogo cada vez cobra más relevancia y se presenta como un guía con conocimientos, un apoyo muchas veces indispensable que ayuda al paciente en problemas concretos que éste no sabe solucionar, como pueden ser tomar ciertas decisiones importantes, problemas de autoestima, de
ansiedad, depresión, estrés, procesos de separación, manejar la ausencia de un ser querido, u otras cuestiones alejadas de lo que se entiende por locura.
Uno mismo es quien decide si quiere seguir dando los buenos días a su problema o inquietud todas las mañanas, sea cual sea, o ponerle solución.
También decide si sigue manteniendo la misma “solución” mal aconsejada que le lleva una y otra vez al fracaso, o busca alternativas eficientes con herramientas adecuadas. Muchas veces la familia y los amigos hacen de psicólogos, y es indudable el maravilloso poder terapéutico que tiene soltar todo lo que llevamos dentro y que te escuchen. El problema viene cuando no somos capaces de soltarlo todo, o no de una manera absoluta porque a quien se lo estamos contando es un allegado que no queremos que sepa nuestro más íntimo pensamiento. O al contrario, lo contamos pero ese allegado nos
está dando consejos que no nos ayudan y nos hacen permanecer en el mismo círculo vicioso, por muy buenas intenciones que tenga.
El secreto profesional, la preparación y la experiencia dibujan una línea en el suelo que distingue entre salud y bienestar, o continuar invitando a café al problema por las mañanas. Y no se debe tomar café con cualquiera.